Crónicas de mi deseo: TUS BESOS; TUS CARICIAS.
Primero estuvieron tus caricias; suaves, tenues, dulces. El solo roce de tu piel con la mía despierta, en lo más hondo, mis instintos, aquellos que llevaban ya demasiado tiempo adormecidos.
Un escalofrío general recorre cada uno de mis poros, y un deseo irrefrenable me embarga, nublando mis sentidos, luchando con mi mente.
Día tras día es una eterna guerra; tu tacto y mi razón [Despiertas mi parte más salvaje... ¿sabes hace cuánto tiempo lleva oculta esa parte? Adormecida, hundida en el sopor, dejada en el olvido... y tú... la has revivido, la has sacado a la superficie. A flor de piel, ¿qué hago ahora? No sabes cuánto te lo agradezco; creía que me había vuelto incapaz de sentir].
Los segundos se me hacen eternos, y la batalla se vuelve encarnizada cada vez que tus dedos rozan la piel de mi brazo. Me giro y veo tus ojos [esos ojos, los mismos con los que sueño dormir cada noche, los mismos con los que ansío despertar], y una tímida sonrisa quiere escapar por la comisura de tus apetecibles labios. [¿y ahora qué hago? dímelo tú... ¿qué hago? ¿Me dejo vencer... o me controlo?] Mi mente poco a poco va buscando la manera de mitigar estos impulsos, y recurre a la imaginación. ¿Y si tuviera un mando para parar el mundo, para que nadie vea, ni oiga? Mejor, para que todos desaparezcan y estemos solos tú y yo. Y poder besarte hasta quedarme sin aliento, abrazarte hasta romperte los huesos, acariciarte hasta llagarme las manos. ¿Y si tan solo pudiese hacerte entender que muero por tenerte? y si tan solo...
Las palabras del profesor o del orador de turno, las risas, las burlas, los pensamientos, las caras, y facciones de todos van disolviéndose en la lejanía... [he conseguido calmarme; ahora estás sólo tú] hasta finalmente desaparecer.
Suena el timbre y yo me muero un poco más [otra hora a tu lado, tan cerca... y a la vez, tan lejos]. El sonido de las manecillas el reloj se clava como una aguda punzada en mi corazón. Mis manos se sienten oxidadas, eternas, sin ti. Necesito sentirte cerca, sentirte aquí.
Y ahora, sin avisar, vienen tus besos, aparecen de repente en el cuadro, como dibujados por la mano de un artista, pincelada tras pincelada; cálidos, húmedos, placenteros... y una vez dibujada la base, va agregando los matices; juguetones, ingeniosos, inocentes, perversos, pacíficos, excitantes, tenues, apasionados... De diferentes colores, sabores, texturas, tamaños. A veces dulces, a veces salados.
Pero, ¿sabes qué es lo mejor de todo? Cuando las dos cosas se combinan: tus besos y tus caricias. Es entonces cuando descubro mi nirvana personal.
Tus manos me envuelven delicadamente, tanteando el territorio; mi cintura, mis piernas, mis brazos, mi rostro, mi cuello, mis labios... tu boca se aproxima a la mía poco a poco [lo suficientemente lento para que ponga cara de idiota consumida por el deseo] y finalmente tus labios rozan los míos. Lo que sucede después es inefable [he desvelado el secreto del séptimo cielo].
Tus labios se pasean por mi cuello, dejando su huella. Tu cálida lengua acaricia mi salada piel [no puedo más] y tus dientes se hunden suavemente en mi nuca [¿hace falta mencionar que cada milímetro de mi piel se me pone de gallina?]. Y por si fuera poco, sigues subiendo, besando lentamente mi mandíbula, hasta llegar a mi oreja, donde me susurras palabras con sabor a miel. Recorres mi barbilla y besas mis ansiosos labios, que exhalan deseo.
Tus manos, bien acomodadas en mi pelo, sólo ayudan a mi sensación de absoluta calma [de absoluto éxtasis]. Y ¿con qué comparo tus suspiros? ¿tus respiraciones en mi cuello? ¿el palpitar acelerado de tu corazón cuando apoyo mi oreja en tu pecho? El cielo es insuficiente. Es más, es un término basto y vulgar.
Eres... eres todo lo que puedo desear [y más].
Eres mi adicción personal.
Espero que de esta manera entiendas al menos un poquito de todo lo que me haces sentir.