martes, 29 de enero de 2008

continuacióón ..*

Martina se quedó fría durante unos instantes mirando incrédula a aquel chico que descaradamente se había sentado a su lado y encima había tenido la osadía de preguntarle si lo recordaba. Como si hubieran sido unos conocidos de toda la vida, unos vecinos que siempre se saludan al encontrarse entrando o saliendo de casa. Pero por extraño que pareciera no le molestaba la presencia de él a su lado, de hecho, le agradaba.
El chico la siguió observando como si esperara una respuesta.
– Emm... Sí, sí me acuerdo de ti. – dijo Martina con la voz algo temblorosa.
Él no dijo nada. Sólo la siguió mirando directo a los ojos. Faltaba aún mucho para que ella se bajara así que no se preocupó por mirar por la ventana. De todas formas, el paisaje que había fuera ya lo conocía bien, y un "algo" extraño no dejaba a sus ojos apartarse de los de él. Verdes. Cautivantes. Al inicio se sentía ruborizada, algo cohibida, pero a medida que más se observaban, esas sensación desaparecía poco a poco. Se sentía cada vez más perdida en esos ojos, que decían tanto y no decían nada. No recordaba haberse sentido así antes. Como si tuviera la mente en blanco, pero al mismo tiempo estuviera pensando en tantas cosas a la vez...
Sin que lo notaran se acercaban cada vez más, de una manera involuntaria. Por la ley de la atracción. En un momento el movió lentamente su mano hasta llegar a tocar la barbilla de Martina. Normalmente, ella le hubiera quitado la mano de inmediato y se hubiera cambiado de asiento sin duda alguna. Pero esta vez no lo hizo. Esta vez ni siquiera le molestó que su mano estuviera en su barbilla. Como si de cierta forma ya lo conociera, como si en esos minutos de miradas silenciosas se hubiera abierto una caudalosa confianza. Poco a poco su mano fue subiendo cada vez más hasta llegar a un mechón de su pelo rubio que tenía a la altura de la boca. Primero apartó el mechón delicadamente, y después llevó sus dedos a sus labios, a los que acarició con la yema del pulgar. Eran suaves y sedosos. Sin embargo en su mirada seguía esa apacibilidad con la que la había mirado todo el tiempo. No denotaba un gramo de ninguna emoción. 
Su cara se fue acercando cada vez más a la de Martina hasta el punto que estuvieron a unos pocos milímetros de rozarse. Ella cerró los ojos por un momento y los volvió a abrir. Pero él ya no estaba. Por un instante, Martina ceyó habérselo imaginado todo, pero justo en ese momento miró por su ventana y lo vio ahí en la parada en la que el bus acababa de detenerse. Mirándola como lo hizo antes. 
Martina pensó que era algo definitivamente raro. Pero muy raro. Decidió no darse más vueltas a la cabeza y simplemente se puso los auriculares de su iPod y se perdió en su música.
No quería pensar más.

[..] Continuará ...




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