viernes, 1 de febrero de 2008

continuacion de lo qe escribi alguna vez ..

Pensamientos, pensamientos... Sentimientos?Y
 
Martina se sumergió en sus pensamientos, analizando todo lo que acababa de pasar. Había momentos en los que de verdad se convencía de que se había imaginado a ese chico subir al bus y sentarse a su lado. Tener un contacto tan cercano. Casi como una caricia. Canción tras canción, recuerdos invadían su mente. Buenos, malos, no la inmutaban. Seguía alucinando con lo que había pasado hace no mucho tiempo.
El bus llegó a la última parada. Ella cogió todas sus cosas y se bajó. Hacía más calor del normal en Marzo. Se quitó la chaqueta caqui y la guardó en el bolso. Sacó sus gafas marrones grandes y se las puso mientras se recogía el pelo en un moño improvisado.
Caminó por la barceloneta, lento y pausado, con el sol bronceando su piel y reflejándose en su rubio pelo, dando la sensación de oro. Escuchaba y absorbía cada una de las palabras, notas y melodías de cada canción que pasaban en la sesión aleatoria de su iPod. Se sentía extraña. Estaba experimentando una sensación completamente desconocida. ¿Qué era? 


Al rededor de las 2.30h. se sentó a comer en uno de sus restaurantes favoritos. El "Agua". En el paseo marítimo. 
Entró, y como de costumbre, estaba a explotar. Pero como ya se lo había esperado, había hecho reserva.
– Buenas tardes señorita, ¿Tiene reserva? – dijo la administradora, vestida en un traje negro y con los labios carnosos pintados de un rojo fuerte.
– Sí, a nombre de Martina Thomson – dijo Martina sonriendo cortésmente.
– Thomson, Thomson... Ah sí! Aquí está. Sígame por favor.
Martina la siguió a través del restaurante hasta la terraza, en donde se sentó cómodamente y pidió lo de siempre.

Al terminar de comer, pagó, agradeció y se levantó. La terraza tenía una salida directa a un muelle y después a la playa. Así que cogió sus cosas y salió. Se quitó las sandalias y pisó la arena.
Qué buena sensación. ¿Cuánto tiempo hacía ya desde que estuvo en la playa la última vez? Poco menos de un año.
Caminó tranquilamente por la orilla con los tejanos remangados. No era una persona solitaria, pero de vez en cuando le gustaba la soledad. Se soltó el pelo y el viento lo ondeaba suavemente. Se sentía guapa.
Su móvil empezó a sonar y a vibrar en su bolso. Después de timbrar un par de veces, Martina alargó el brazo para sacarlo del bolso.
– ¿Hola? –
– Hola amor, ¿Cómo estás? – Era Marco.
– Hola cariño. Bien, ¿y tu? – dijo Martina sonriendo.
– Bien, bien. ¿En dónde estás? –
– Estoy en la playa dándome un paseo por la orilla. ¿Tú? – 
– En casa... Quieres hacer algo esta noche, como salir a cenar o algo? Hace tiempo que no nos vemos, ya sabes por la universidad y tal... –
– Sí, claro. ¿Qué quieres que hagamos? –
– Mira, te paso a buscar a las 7 a casa vale? Y ahí lo decidimos –
– Vale, amor. Te quiero. Hasta esta noche. –

Martina ni siquiera dejó que Marco se despidiera cuando colgó el teléfono. Por unos momentos se había olvidado de que existía. Y peor aún de que era su novio. Lo quería mucho. Muchísimo a decir verdad. Pero había algo ahí que simplemente no encajaba. No sabía lo que era. Pero ya nada era lo mismo. No había hecho nada por miedo... ¿Era miedo?

En el bus 16 de vuelta a casa. Martina vivía en un edificio moderno en la Pl. Lesseps junto con su mejor amiga del instituto, Valeria.
Valeria era una chica de 19 también, que cumplía el mismo día que Martina. Extraña coincidencia. O tal vez el destino. Se conocieron en clase cuando Martina se mudó de Londres a Barcelona con sus padres, por el trabajo de su padre. Se llevaron de fábula desde el primer día. 
Era alta, Castaña, con los ojos verdes y muy morena de piel. Guapísima. Si Martina hubiera sido un chico, seguro se hubiera enamorado de ella. Tenía un cuerpo muy bien formado y una cara con facciones muy femeninas. Una nariz pequeña y un poquito respingona al final, pero le quedaba muy bien. La forma de los ojos eran como los de un gato, por eso en el instituto todo el mundo la llamaba "Gata", a veces hasta Martina la llamaba así. Su forma de ser era muy parecida a la de Martina, pero también tenían diferencias bien marcadas. Por ejemplo, a ambas les encantaba viajar, salir, las fiestas, los chicos, y tal. Pero cuando se trataba de los novios, Martina se tomaba la fidelidad y la monogamia como algo muy serio. Jamás en su vida le había puesto los cuernos a un novio. No le parecía correcto. Si quería estar con algún otro chico, pues simplemente terminaba con él. Para tener la conciencia limpia. Honestamente, tenía demasiada de vez en cuando, tanta que a veces creía que no podía disfrutar de las cosas de la vida. "Lo prohibido siempre es más atractivo". En cambio a Vale, la fidelidad le duraba un par de meses si el chico sólo le parecía guapo y cuando ya se sentía satisfecha en todo sentido, pasapalabra, clandestinamente se dedicaba a probar de todo un poco, "Así sabré qué me gusta y qué no" decía siempre en una enigmática sonrisa. Y cuando de verdad quería al chico con el que salía, la fidelidad duraba un poco más. Como con Daniel. Estaba saliendo con el desde hacía seis meses y no le había sido infiel ni una sola vez, ni tampoco habían terminado. "Vale está avanzando" se dijo Martina a sí misma cuando Vale y él cumplieron los 6 meses. Era una chica muy liberal en su vida sexual, pero era sumamente íntegra y una persona maravillosa. Como las que ya no hay.

Al llegar a casa, miró el buzón como de costumbre, y encontró tres cartas, la factura de Vodafone, la factura de la luz y... un momento, ¿qué es esto? Una carta sin remitente envuelta en un sobre beige. En el sobre sólo ponía "Martina" en una letra muy bonita. La curiosidad y la emoción la embargaron. Llegó a casa, saludó a Vale con un enorme abrazo y luego se metió al baño. Se quería duchar antes de salir con Marco. La carta la leería después. No podía ser algo tan urgente...

[...] It stills goes on ...   Geht's noch ..

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