domingo, 23 de marzo de 2008

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Sueño o Realidad?


“No puede ser cierto… Marco no puede estar muerto…” Se repetía Martina una y otra vez, entre lágrimas que resbalaban por sus coloradas mejillas.
Valeria entró en la habitación.
- Marti, no llores por fa que me rompes el corazón.
Martina no contestaba, sólo se limitaba a enterrar su cabeza entre las almohadas y gritar, llorar y ahogar todo su sufrimiento.
- Marti, por favor, habla conmigo, dime que sientes, no te lo guardes todo. – intentó Valeria una vez más.
Martina decidió hacerle caso. La miró fijamente a los ojos verdes esperanza que denotaban una preocupación inmensa por su amiga y la abrazó.
- N-no sé s-si alguna vez has sentido lo que sient-to – gimoteó Martina.
- Es horrible… Es como si te hubieran arrancado algo dentro Vale, es como si te hubieran quitado el corazón y lo hubieran apuñalado una y otra vez, tantas veces, tantas heridas que la sangre ya no quiere ni salir. Y cada recuerdo es una punzada en ese agujero donde solía estar tu estómago. Es recordar cada momento de amor, cada momento de pasión, de cariño, de todo… Y volverlo añicos, porque él ya no está… Porque ni siquiera tienes el consuelo de cuando te dejan, que sabes que al menos podrás contentarte con mirarlo de lejos si no quieres olvidarlo… Y una vez sin corazón, el amor sigue estando ahí… No se va, se queda contigo, pero no compañero, se queda prisionero, aferrado a recuerdos, a momentos, pero ya no a la realidad. Nunca más a la realidad.
Valeria la miraba perpleja, mientras las lágrimas caían silenciosas, cómplices, empapando sus preciosos ojos.
No sabía qué decir. Jamás había sentido un dolor parecido. Sólo la abrazó.
Son esos momentos en los que no necesitas nada, que nadie te diga cosas, que no intenten entenderte. Que no piensen que pueden ayudarte con huecas y vacías palabras. Sólo necesitas un abrazo. Sólo eso.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que finalmente Martina se rindió y se quedó dormida. Su respiración era entrecortada por el largo tiempo de haber llorado. De haberse lamentado. Valeria se levantó de su cama, la tapó con el edredón y de dirigió al salón. Cogió el teléfono y llamó a la comisaría.
- Si, buenas tardes, quisiera hablar con el encargado del caso de la muerte del señor Marco de la Torre. – al decir esto, un par de lágrimas se le resbalaron a Valeria. Ella también le había querido. Como a un buen amigo. Y no había terminado de asimilar su permanente ausencia hasta ese momento.
- Si, un momento por favor.
- Buenas tardes, el inspector Salveny a sus órdenes. – una voz masculina e imponente contestó.
- Si, habla Valeria Rossini, amiga del fallecido y de su novia. Tengo entendido de que usted vendrá en un par de horas a explicar todo lo ocurrido, ¿no es así?
- Sí señorita, así es, ¿por qué? ¿hay algún inconveniente?
- Sí inspector, mire, es que mi amiga, la novia de Marco, no ha tomado bien la noticia como era de esperar, y bueno, quisiera pedirle si por favor la podemos aplazar para la próxima semana.
- Bueno señorita, verá, es que es algo muy delicado…
- Perfecto, muchas gracias inspector, entonces hasta el próximo Lunes a las 8 de la noche. Adiós.
- ¿Hola? ¿Hola? Señorita…
Pero era demasiado tarde, Valeria ya había colgado.
Después de un momento, se encaminó a su cuarto. Y ella también se echó a llorar.


* * *

- Hola Martina, ¿cómo estás?
No podía ser. El chico de los ojos esmeralda otra vez. ¿Era posible? ¿La estaba persiguiendo? ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo sabía su nombre?
- Ho-Hola, ehm, bien ¿y tú?
Se sentía como una completa idiota. Torpe e inútil.
Él no dijo nada más sólo sonrió. Poco a poco se le fue acercando, hasta encontrarse a pocos centímetros de ella. Martina creía sentir su respiración en el hombro.
- Entonces, ya que has venido… ¿Qué quieres hacer? – le dijo con una voz más baja, casi en un susurro.
- Bueno, lo… lo que tu quieras. Tú me has citado aquí ¿no?
No podía quedar como tonta. Tenía que poder controlarse. O al menos aparentarlo.
El chico la tomó de la mano. Un leve escalofrío recorrió todo el cuerpo de Martina.
- Sígueme. – le dijo.
Caminaron durante largo rato, Martina aún no sabía hacia donde. Tampoco se fijaba mucho, se sentía como en trance. No podía apartar la mirada de esos ojos verdes que de vez en cuando se giraban para mirar si seguía ahí.
Llegaron a un edificio viejo, apartado de la ciudad, al menos eso parecía.
Una tranquilidad y un silencio sepulcral invadían todo el lugar. Él la acercó y la tomó por la cintura, luego empezó a besarle el cuello, mientras ella no mostraba oposición. Estaba como hipnotizada.
Poco a poco los labios de él se fueron acercando a los suyos, hasta que los rozaron. Martina cerró los ojos y se dejó llevar.
Subieron al ascensor sumidos en un eterno beso. Al llegar al ático, dando tumbos contra las paredes, abrieron la puerta y se abalanzaron al piso.
Poco a poco, la ropa fue escaseando y los suspiros aumentando. Embargados por la pasión se dejaron llevar en una aventura que ojala no tuviera final.

La lluvia caía sobre la ventana, mientras dos cuerpos entrelazados se abrazaban debajo de las mantas. Una cabellera rubia teñía la almohada y un olor a locura invadía la habitación.
Martina abrió los ojos. Le costó un poco pero al final se incorporó.
¿En dónde estaba? ¿Qué hora era? ¿Había pasado la noche ahí?
“¿Pero qué acabo de hacer?” pensó Martina.
Me acabo de acostar con un completo desconocido… Bueno, quizá completo no… Siento conocerle desde siempre. Pero, ¿qué estoy diciendo? ¡Si ni siquiera lo conozco! Espabila Martina, ¿qué pensaría Marco de esto? Un día después de su muerte y yo ya con otro… ¡Qué vergüenza doy!
En ese momento el chico abrió los ojos, esos ojos verde esmeralda que tanto cautivaban a Martina y…

Martina se despertó sobresaltada. La una de la mañana. Estaba en su cama todavía vestida.
¿Lo he soñado? Pero si ha sido tan real… El chico, sus besos, sus ojos… ¿Lo he soñado…?